El miércoles de la semana pasada, en la Secundaria Federal Número Tres de Hermosillo, tuvo lugar un colorido y entusiasta festival del libro, una suerte de fiesta del saber, de la palabra escrita, de las benditas letras, en el que los invitados especiales fueron los autores y los textos de su autoría, en diversos géneros narrativos, tanto científicos como literarios, clásicos y contemporáneos, cuya variedad comprendía todos los posibles públicos lectores: niños, adolescentes y adultos, y había obras para todos los gustos y preferencias lectoras.
El festival tuvo como telón de fondo el Día Internacional del Libro, un evento altamente apreciado por la comunidad escolar, celebrado con un programa de actividades culturales tendientes a realizar el significado de los libros, promover un acercamiento lúdico con ellos, con los escritores, creaciones e ideas convertidas en palabras impresas, cuyo objetivo primordial fue propiciar entre los alumnos una actitud positiva y hospitalaria con los libros, de modo que formen parte de ellos, de sus relaciones habituales y consumos culturales, así como incentivar el gusto, interés y la pasión por la lectura, con especial énfasis en textos cuyos contenidos hablan de ciencia o de literatura.
Hacen bien, muy bien, los integrantes del personal directivo y docente involucrados en esa fecunda y promisoria actividad en pro de los libros y de la lectura. Es una manera efectiva, además de noble, para promover que los libros formen parte de los bienes culturales de los alumnos, que hagan de ellos elementos de interlocución y de uso habitual. Todo eso cobra mayor relevancia, si consideramos que los libros pasan por una crisis de menosprecio social, que no figuran entre los bienes más preciados de la población ni forman parte de sus usos, consumos, rutinas y hábitos más frecuentes; incluso no falta quien se jacta o hace alarde de no haber leído nunca un libro a lo largo de la vida.
De hecho, diversas encuestas nacionales e internacionales revelan que la lectura de libros ha disminuido significativamente en los últimos cinco años; o sea, la lectura de libros es una práctica poco habitual entre la población mexicana; un porcentaje alto de personas letradas, algo más del 50 por ciento, deja de lado la lectura de libros, no está entre sus rutinas ni pasatiempo; raras veces tiene un libro entre manos y casi nunca dedica tiempo a leer un libro impreso; hay quienes argumentan no tener dinero para adquirirlos, otros dicen no tener tiempo y unos más prefieren ocupar su horas de ocio en otras actividades.
El fenómeno de desapego a los libros no es una actitud irreversible, que no pueda modificarse de raíz; contrario a eso, existen vías efectivas para propiciar conductas más amigables con los libros. En ese sentido, las escuelas y sus maestros de educación básica juegan un papel decisivo: ellas y ellos juegan un papel clave para incentivar el gusto y la atracción por los libros y su lectura, justo en una edad temprana en que los hábitos tienen más posibilidades de afianzarse.
Cuando se promueve la familiaridad con los libros, con emoción y convicción, entrega, firmeza y pasión, como sucedió en el pasado festival del libro que aquí se comenta, los maestros y sus pupilos hacen una gran contribución en favor de los libros y de la formación de prácticas lectoras, que tanta falta hace cultivarlas, toda vez que las letras también sanan el alma, propician la convivencia, la fraternidad y la paz, además de proporcionar conocimientos, sin pasar por alto el esparcimiento.
Ojalá otros centros escolares, otros colectivos docentes sigan el ejemplo extraordinario de la comunidad educativa de la Secundaria número 3. Yo hago voto porque así sea.
Nota: El autor es subsecretario de Educación Básica de la SEC en Sonora.
Hermosillo, Sonora, 11 de mayo de 2022.