El 21 de abril no es un día como cualquier otro, es el Día de la Educadora. Historia mínima de una profesión

      

    Por Ricardo Aragón Pérez / [email protected]

    El jueves anterior no fue un día como cualquier otro. Ese día, 21 de abril, celebramos en el país el Día de la Educadora, una figura esencial en la formación integral de la primera infancia, que desde mucho tiempo atrás tomó en sus manos la primera enseñanza de cientos de menores que se hallaban fuera de las escuelas, en virtud de múltiples limitaciones, entre ellas la edad reglamentaria de la educación obligatoria que, hacía los años de 1840, rondaba entre los 7 y 14 primaveras.

    Teniendo como telón de fondo esa fecha conmemorativa, se antoja hacer una somera revisión histórica de mujeres que ejercieron funciones de educadoras, para conocer quiénes fueron las pioneras en esa noble carrera, una de las primeras y más benévolas para su incorporación al trabajo remunerado; cómo se incorporaron al oficio de enseñar, dónde recibieron su preparación formal, en qué condiciones laboraban y cuál era la imagen la sociedad tenía de ellas.

    México inició su vida independiente con una población abrumadoramente analfabeta, con poco más de 99 por ciento de hombre y mujeres que no sabía leer ni escribir. Entonces casi no había escuelas ni maestros y el alfabeto no era parte de los hábitos de la gente.

    Las mujeres ocupaban mucho de su tiempo en el hogar y pasaban sus momentos de ocio en rezos y cantos en los templos. 

    Algunas tenían inquietudes intelectuales, se interesaban en los asuntos públicos, participaban en las tertulias y mostraban adherencias con alguna facción o corriente política. Con el tiempo, varias de ellas hicieron estudios superiores y no faltó quien se graduará e hiciera carrera profesional como parteras, médicas o maestras de primeras letras

    Dolores Pasos, Amalia Toro, Guadalupe Varela, Rosaura Zapara y Estefanía Castañeda formaron parte de la generación de educadoras precursoras.  Unas enseñaron en sus estados natales, otras se trasladaron a la ciudad capital; incluso viajaron al extranjero para conocer modelos educativos, métodos de enseñanza y formas de organización de educación preescolar, que después promovieron en el país y, consecuentemente, consiguieron su florecimiento.

    Posteriormente, hacia mediados de los años de 1880, se formaron las primeras escuelas normales modernas y poco después incluyeron en sus planes de estudio la carrera de educadora.

    Por esos años, en Sonora, se formaron las primeas escuelas para párvulos, siendo el puerto de Guaymas sede del primer centro escolar para párvulos.

    Hacía 1910, la ley de educación vigente en el estado mandó establecer escuelas de ese nivel académico y estipuló que éstas debían ser regenteadas exclusivamente por mujeres, previa comprobación de aptitudes, preparación e idoneidad para desempeñar tal cargo.

    Sin embargo, la revolución trajo consigo, además de miles de muertes y cuantiosos daños a la economía, enormes huecos en la hacienda pública, por lo que las escuelas dejaron de recibir recursos y los pagos de las maestras escasearon tanto que muchas de ellas abandonaron sus plazas y no pocas escuelas dejaron de funcionar por un buen tiempo.

    Con la creación de la Secretaría de Educación, en 1921, un futuro más promisorio se abriría. Entonces se impulsó la apertura de escuelas públicas en toda la república: se hicieron contrataciones masivas de maestras y maestros; muchas poblaciones que nunca antes habían tenido escuela, no tenían idea de lo que era una biblioteca; nunca había tenido un libro entre manos ni oído la voz educadora de una maestra, contaron con centros de enseñanza, entre ellos jardines de niños, regenteados por jóvenes educadoras, mujeres todos que con el paso del tiempo se convirtieron en amas y señoras absolutas, dominantes de ese territorio educativo, formado por el nivel preescolar.

    Nota: El autor es subsecretario de Educación Básica de la SEC en Sonora.

    Hermosillo, Sonora, 24 de abril de 2022.

     

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