Ocho de la noche, la hora de la Expropiación Petrolera

      

    A las 10 de la noche, el General Cárdenas informó por radio a la nación, que su gobierno tomó la decisión soberana de expropiar las empresas petroleras; esto es reintegrar los yacimientos de oro negro al propietario original, la Patria, poniendo por encima el interés superior de ella y de los obreros petroleros, en vez del de los propietarios extranjeros, cuyas manos ajenas se beneficiaban a manos llenas. Enseguida, pidió al país entero un respaldo moral y pecuniario suficientes, "para saldar el compromiso de indemnización que hemos contraído", con la consumación de la nacionalización petrolera.


    Por Ricardo Aragón Pérez / [email protected]

    Un viernes por la noche, el gobierno y el pueblo mexicanos, más su riqueza petrolera dieron un giro de 180 grados. A eso de las 20 horas, de aquel memorable 18 de marzo de 1938, el presidente Lázaro Cárdenas, reunido en Palacio Nacional con sus ministros de Hacienda y Economía, tomó la determinación de expropiar los bienes de las empresas petroleras estadounidenses y británicas, en razón de su empecinamiento y renuencia a acatar una sentencia de la Suprema Corte, que obligaba a los propietarios pagar un monto de 26 millones de pesos a sus obreros, que de tiempo atrás sostenían una huelga por malas condiciones laborales, además de tratos desiguales, clasistas y racistas, con buena paga, seguridad sanitaria y casas confortables para extranjeros; en cambio, salarios de hambre, trabajos rudos, campamento incómodos y inseguros "para los nuestros", reprochaba el presidente de corazón de obrero con un tono denunciante.

    Pero sus impugnaciones, reproches y demás razones patrióticas no paraban ahí. También denunciaba la guerra de los empresarios en contra de su gobierno; "están haciendo una campaña de descrédito"; además buscaban "crear alarma y confusión", remarcaba el presidente, a lo que añadía su preocupación por el paro laboral, que también causaba desabasto de combustible y afectaba las actividades productivas. Por tanto, "el gobierno no puede tolerar una rebelión semejante ni desatenderse de un problema capaz de paralizar la industria y los servicios públicos", por lo que resolvió de tajo expropiar los bienes petroleros "por causa de interés nacional".

    A las 10 de la noche, el General Cárdenas informó por radio a la nación, que su gobierno tomó la decisión soberana de expropiar las empresas petroleras; esto es reintegrar los yacimientos de oro negro al propietario original, la Patria, poniendo por encima el interés superior de ella y de los obreros petroleros, en vez del de los propietarios extranjeros, cuyas manos ajenas se beneficiaban a manos llenas. Enseguida, pidió al país entero un respaldo moral y pecuniario suficientes, "para saldar el compromiso de indemnización que hemos contraído", con la consumación de la nacionalización petrolera.

    Tan pronto como acabó el mensaje radiofónico, surgió un sentimiento solidario abrumador, nunca visto hasta entonces, que cundió en todas las capas sociales y se propagó como reguero de pólvora. Mujeres encopetadas, amas de casa, niños, maestros, campesinos, soldados, periodistas, funcionarios, comerciantes y hasta párrocos de iglesia y del alto clero, desembolsaron espontáneamente donativos en dinero, alhajas, animales domésticos y plantas ornamentales, todo eso para ayudar al gobierno a indemnizar a los propietarios extranjeros.

    Un periódico señaló: "una mujer muy humilde" donó una boleta con valor de una plancha empeñada. Otras personas echaron mano de sus animalitos domésticos: cerdos, conejos, chivos, gallinas, patos, guajolotes y pájaros. Unas más donaron relojes, aretes, cadenas de oro y plata. Doña Elvira, una decana costurera entregó su máquina "Singer". Doña Lupe, una mujer capitalina y humilde, iba y venía con algún donativo entre manos: primer día aportó un par de gallinas; el segundo, cuatro macetas cubiertas de flores y el tercero, "un jilguero y dos patos", al tiempo que advertía: "Es todo lo bueno que tenía en casa. Ahora ya no voy a volver. Mañana y ano me esperen. Ya no me queda nada que traerles".

    Por fortuna, la colecta contaba con más donadores y no faltaba quien hiciera otras aportaciones. Higinio era un profesor de primaria, enseñaba en una escuela rural de Guanajuato, desde donde viajó a la ciudad de México para hacer su donativo. Previamente "desata los nudos de un pañuelo para colocar en una mesa receptora un montón de monedas fraccionarias", con valor de cuatro pesos, en cuya suma seguramente contribuyeron los alumnos, vecinos y padres de familia respectivos. Con igual generosidad y patriotismo, cientos de niños en edad escolar hicieron lo propio. Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, con apenas cuatro primveras, llegó acompañado de 200 alumnos de su escuela hasta Palacio Nacional y en presencia de ellos quebró un cochinito de barro, para luego donar al presidente algunos pesos y centavos, con el fin de defender la expropiación petrolera.

    Ignacio, Noe y Samuel eran hermanos, oriundos de Puebla y menores de edad, andaban entre los 7 y 11 años de edad. En marzo de 1938, 12 días después de la expropiación, escribieron una carta a mandatario federal y esto es lo que le dicen: "Hemos recibido diez centavos para fruta, de nuestros queridos padres, pero como nuestra patria debemos salvarla con esto ayudamos a usted". 

    Felipe de 2 años y Adolfo de 4, ambos menores capitalinos y de apellidos Peña Marín, tenían sus propios ahorritos, pero sabedores que el país necesitaba recursos para pagar la indemnización petrolera, decidieron ponerlos a disposición del gobierno federal. En una carta a su titular, esto fue lo que le dijeron: "Le mandamos todo lo que hemo ahorrada de centavitos que nos da mi papá. Los queríamos para comprar una pelota y jugar en el parque, pero se los mandamos mejor para que complete el pago del petróleo. Son 371 centavos. El siguiente mes espere más dinero, con seguridad que juntaremos más", prometían ambos polluelos capitalinos.

    Finalmente, a casi un siglo de aquella noche de gloria, 84 años para ser exacto, que cambió la historia del petróleo mexicano, tan codiciado oro negro, siempre sujeto a discordias y ambiciones desmedidas, cabe volver la mirada atrás y vernos en aquel espejo luminoso, colmado de experiencias fraternales, generosas y patrióticas; de gente buena, que hermanada con sus gobernantes rescataron y pusieron a salvaguarda uno de los bienes naturales más valiosos, que hoy por hoy constituye una de las fuente principales del ingreso nacional y, por tanto, del desarrollo, bienestar y felicidad de la sociedad contemporánea.

    Nota: El autor es subsecretario de Educación Básica de la SEC en Sonora.

    Hermosillo, Sonora, 19 de marzo de 2022.

     

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