Hermosillo, Sonora, 2 de octubre de 2021
Una semana después de que fuera hecho prisionero y un mes antes de que jueces a modo degradaran su investidura de sacerdote y sin más ordenaran la pena capital: pasarlo por las armas, José María Morelos y Pavón, escribió a puño y letra desde su cautiverio, sobre una mesa rústica a disposición suya, una conmovedora carta a su hijo Juan, fechada en noviembre 13 de 1815, en la que, en palabras suyas, esto fue lo que dijo:
Mi querido hijo Juan:
Tal vez en los momentos que esto escribo, muy distante estarás de mi muerte próxima; el día 5 de este mes de los muertos he sido tomado prisionero por los gachupines y marcho para ser juzgado por el Caribe de Calleja.
Morir es nada, cuando por la patria se muere, y yo he cumplido, como debo con mi Conciencia y como Americano. Dios salve a mi patria, cuya esperanza va conmigo a la tumba. Sálvate tú y espero serás de los que contribuyas con los que quedan aún a terminar la obra que el inmortal Hidalgo comenzó.
No me resta otra cosa que encargarte que no olvides que voy a ser sacrificado por tan santa causa y que vengarás a los muertos.
El mismo Carrasco te entregará, pues así me lo ofrece, lo que contiene el pequeño inventario, encargándote entregues la navaja y des un abrazo a mi buen amigo Don Rafael Valdovinos.
Tú recibe mi bendición y perdona la infamia de Carrasco.
Tu padre, José María Morelos
Por lo que dice en su carta, Morelos había puesto su vida al servicio de la "santa causa" y junto con "el inmortal Hidalgo" iniciaron la gesta independentista, tras la ilusión de acabar con el dominio de "los gachupines" y construir una nación soberana, con leyes e instituciones para todos iguales, sin privilegios de clase ni discriminaciones raciales, en el que la distribución de la riqueza fuera más pareja, en el que se limitara el abismo entre la opulencia e indigencia, lo que avergonzaba e indignaba a ambos clérigos, que no se resignaron a lidiar con ella, por lo que cambiaron el sermón parroquial por el grito de independencia.
De niño, Morelos había crecido en un lugar sin escuela. Su madre, que fue hija de un maestro de primeras letras, se hizo cargo de su primera enseñanza. Huérfano de padre, no tuvo más opción que ganarse la vida como jornalero o conductor de recuas. Con el tiempo hizo algunos estudios formales y consiguió una licencia de maestro. En 1796, ya con 30 años de edad, se le vio enseñando en una escuela conventual de Uruapan, donde instruía niños del lugar en los ramos de gramática y retórica, que eran asignaturas claves para el desarrollo de habilidades comunicativas, tanto escritas como orales, que eran las vías de comunicación predominantes, por no decir únicas.
Posteriormente, hizo la carrera eclesiástica y muy pronto se promovió como sacerdote, obteniendo licencia para celebrar misas, oír confesiones y predicar el credo en la misma población de Uruapan. En eso estaba, cuando fue alcanzado por el estallido del llamado "Grito de Dolores", al que se sumó sin titubeo, destacando en los campos de batalla, cuerpos de mando, espacios deliberativos y como impulsor de proyectos para la organización de una nación independiente, entre ellos la conformación del Congreso de Chilpancingo, la Constitución de Apatzingán y sus célebres Sentimientos de la Nación, eventos y documentos todos fundacionales y visionaros, que sentaron las bases para resolver de fondo los problemas fundamentales de entonces, como echar abajo el régimen de opresión española, constituir una nación soberana y una sociedad más igualitaria.
Por eso y más, en mi opinión, es un acierto encomiable que anteayer el presidente López Obrador, no haya pasado por alto el natalicio 256 de José María Morelos y Pavón, también conocido como el Siervo de la Nación. En efecto, hizo bien AMLO con traer a la memoria el recuerdo de un cura ejemplar, con corazón y voz de pueblo, que luchó al lado de Hidalgo y otros correligionarios suyos, por romper las cadenas de la opresión colonial, conseguir la independencia nacional, y con ello construir una nueva nación, con instituciones, leyes y gobierno propio, en el que la esclavitud, la inequidad y los privilegios de castas encumbradas dejaran de estar a la orden del día.
En su discurso celebratorio, AMLO dio una muestra más de lo mucho que reconoce y respeta los hechos, procesos y hombres históricos, que dieron su vida, cuerpo y alma, en defensa de la "santa causa" independentista.
Finalmente, AMLO otra vez lució como un conferencista magistral, dando una prueba más, una lección casi escolar, de lo mucho que sabe de historia, cuya disciplina es para él: fuente y guía de su inspiración y actuar.